Ya llovió desde los Cacahüé, uno de los grupos más conocidos
a nivel local de mi ciudad. Mira que soy de rock, pero esto se me queda muy
suavito, muy Miguel Ríos pero en flojo. Pero bueno, era lo que había y llevaba
el sello de Gandhi, buen amigo de mi hermano mayor pero al que no llegué a
tragar mucho porque jamás comprendí que por haberse ido a Madrid le quedara ese
acento de Vallecas para el resto de su vida y me sigue sin entrar en la cabeza
el “ejque” pronunciado en Galicia y ese toque aflamencado que imprime a su rock.
De todas maneras en los sitios pequeños, si te manejas en los círculos en los
que yo jamás entraría (tampoco me dejarían), tienes la vida más fácil, y Gandhi
lo supo hacer hasta tal punto que creó el cochambroso himno del Dépor (el Dépor
es un equipo de extranjeros que juegan al furgol representando… bueno,
representando la ilusión de unos miles de seguidores de extranjeros que se
ponen una camiseta con un escudo en particular que resulta ser el del equipo de
mi ciudad). Como no podía ser de otra manera (vale, yo creo que sí, que podría
ser de muchísimas otras maneras) el himno rock del Dépor es de una calidad más
que dudosa, con una letra realmente horrible y cantado por un tío con acento de
Madrid. Pero bueno, la defensa de nuestra identidad siempre brilló por su
ausencia. Demos gracias de que no sea un reguetón, aunque a este paso todo
llegará.
Luego estaba Tato, que iba en mi clase en nocturno, pero que
creo que nunca nos saludamos, él era un tío guapete con su melenita rubia y su
carita de heavy americano y yo tenía una melena, sí, pero era negra, ondulada y
mi careto con las pintas de aquellos años era más de barrio. Digamos que él
podría pertenecer a Bon Jovi y yo a Obús o uno de éstos. Éramos de distintas
zonas y él era el típico tío simpático que les mola a las tías e incluso a los
tíos, y la verdad es que cuando se ponía a putear a los profesores nos
partíamos el culo. Pero bueno, ni él era asiduo ni lo era yo, así que
coincidimos poco en clase. No sé si me acabó de caer bien o mal porque el trato
fue mínimo, pero me jodió que una leucemia se lo llevase poco después de este
vídeo, era de estas personas con carisma de las que había tan pocas y que hoy
en día no veo entre la juventud (que no digo que no haya, quizá lo que pasa es
que no sacan la cara del móvil).
Falque era un tío de la hostia. Recuerdo que lo conocí
cuando él tendría unos quince años y yo unos catorce. El tío llevaba el pelo
liso y largo hasta el culo y usaba mallas pegadas. Estaba buenísima, porque yo
pensaba que era una tía la primera vez que lo vi, porque además era guapo el
cabrón (vale, no sé de belleza masculina, pero si se parecía a una tía guapa es
que era guapo). Con aquellos quince años tocaba en un grupo heavy con una
soltura y un desparpajo de la hostia y hacía unos punteos flipantes. Y además
de eso, siempre me pareció un buen tío.
También Pedro, con el que coincidí muchas veces en bares de
rock, mi ciudad estaba llena, hoy creo que no pasan de media docena. Un tío
sanísimo, un buenazo que no pegaba con aquellos tiempos salvajes donde los
chavales tenían inquietudes, energía y una rebeldía real que iba más allá de
las palabras y que convierte lo que veo hoy en día en una antítesis total de lo
que viví. Y desde luego, no lo cambio.